domingo, 28 de marzo de 2010

Melanco-dellin

Como una lluvia,
profunda,
pesada,
sobre mi,
cayó.

Fatigando mis hombros,
adormeciendo mis ojos,
bajando mi pulso,
sobre mi cayó.

Reviviendo,
un patético,
viejo,
estado,
sobre mi,
cayó.

Y todo perdió su color,
porque bajo el puño de la tristeza,
la vida agonizó.

miércoles, 24 de marzo de 2010

24 de marzo

Releyendo una polémica político-literaria sobre la confrontación que se dio en la Argentina de los años 70 vuelvo a reflexionar, y esta vez sobre la base de argumentos identificables de personas con nombre y apellido que debaten sobre el papel de cada uno de los actores sociales participantes de aquellos años.
En una carta a una revista de izquierda Oscar del Barco hace público su arrepentimiento por las muertes perpetradas por una organización armada en la que él participo.
Primeramente se me ocurre preguntarme ¿es una actitud hipócrita? ¿permanece valida aún cuando el tiempo al que se refiere esté distante? ¿se asume como responsable para culparse a sí mismo y redimirse o para culpar explícitamente a los otros?
Lo importante de su carta, me parece, es que primeramente muestra el arrepentimiento –cierto o no- de alguien que estuvo en lo que la mayoría piensa –justa o injustamente- como el “bando de los buenos”, el “bando de los mártires”.
La carta de Oscar del Barco remite a un principio bíblico pero que también tiene su paralelo en la filosofía natural: no mataras. Oscar dice: “el principio que funda toda comunidad es no matarás (…) cada hombre es todos los hombres”.
Esto es cierto, la conformación de comunidades, de sociedades estables, se sabe, se logró sobre la base de la paz social. Los territorios-estado se unificaron cuando las guerras entre regiones cesaron, cuando la paz fue posible entre los que son distintos y están afuera, pero también con las diferencias al interior de esa comunidad. Basta pensar en los conflictos étnicos en medio oriente: la ausencia de paz social, la constante carrera por la muerte que siguen unos y otros dilata la paz, por ende la vida y la convivencia, y el progreso.
Es por eso, que más allá de las formas, el matar no puede ser avalado, y la reinvindiación de la muerte –o la ausencia de condena a esta- tampoco,
“mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente”, dice Oscar y agrega: “el asesinato, lo haga quien lo haga, es siempre lo mismo. Lo que no es lo mismo es la muerte ocasionada por la tortura, el dolor intencional, la sevicia”.

Agrego a lo dicho por Oscar el hecho de que gran parte de los jóvenes que participaron en esas agrupaciones militares o que coinciden ideológicamente con ellas hoy gobiernan la Argentina; lo paradójico es que ese grupo luego llegó al poder pero legalizó sólo una parte, no actuó idealmente. Se espera que quienes representan al pueblo actúen idealmente, desvinculándose de sus motivaciones personales, porque las motivaciones personales fueron las que llevaron a los militares a sobrepasarse en la facultades del cargo que detentaron inconstitucionalmente.

Hay una necesidad de desprenderse de las figuras lavadas y cómodas que el escenario político personificó e iluminó con hipocresía.
Todos en tanto humanos somos buenos Y MALOS, también.
Aún cuando idealmente no existe censura previa existe una “censura por origen”, una censura al momento de enunciación, un jurado espontáneo –moral- que desvaloriza la opinión ajena y fundamentalmente opuesta. Existe censura.

La violencia -la muerte como su máxima expresión- en tanto instrumento para defender la vida… si. Pero justificar la muerte NO.
“He matado y pido perdón”. Nadie esta habilitado para matar pero confesarlo y mostrar arrepentimiento es demostrar grandeza: humanidad. Es reconocer que no es la vía correcta para justificar el mundo, es apelar a la comunidad y re-unirla para que exista continuidad, y no seamos un conjunto de personas con ideas dispares que habitan el mismo territorio con una espada afilada en el cinturón.

Fuera de todo esto, a nivel personal, y más allá de las reflexiones personales que sucintó la lectura de esas cartas creo que la condena a los represores es justa porque no sólo mataron, sino que también torturaron, hicieron desaparecer, robaron niños y además -hechos que en los últimos años se olvidan por centrarse en la polémica antes mencionada-, ocuparon el poder ilegalmente y destrozaron la economía y la cultura Argentina, provocando efectos desastrosos.
Aún así espero que como el señor Del Barco, todos aquellos que tuvieron algo que ver en algún momento hagan publico su arrepentimiento de responder a la violencia con violencia y que no se siga censurando a la gente, o motivando la omisión de su opinión, sólo porque no opine como ellos.

domingo, 21 de marzo de 2010

"Bajar" a tierra

Vuelve a mí una y otra vez, hasta el colmo, hasta en lecturas.
Me levanto temprano un domingo nublado con un plan simple en mente: desayunar café con leche con un bizcochuelo de chocolate horneado por mi madre, y mientras tanto disfrutar de la lectura de ADN, el suplemento cultural del diario La Nación.
Por suerte la cultura no vale nada –para algunos- y alguien dejó el mencionado suplemento arrugado, sobre el sofá, en el área de descanso de mi trabajo.
La nota de tapa resulta excitante y prometedora. Juan Cruz Ruiz, periodista español de larga trayectoria ha publicado recientemente Egos Revueltos, un libro sobre la fuente creativa de esos gigantes que amamos: los grandes escritores que dio el siglo pasado.
Como si fuera comida, la mandíbula y la lengua se preparan para banquetear ese compendio de aventuras literarias; el estomago se colma de cosquillas con el adelanto de ese libro y uno se entera de las ocurrencias arrogantes de escritores que uno entraña muy a pesar de que el Ruiz los humanice.
Cita por ejemplo una visita del premio Nobel Pablo Neruda a Tenerife. El chileno se negaba a bajar a tierra porque allí “todavía gobierna Franco”. Los anfitriones se alarmaron ante la posibilidad de perder la compañía de Neruda tan sólo por ese detalle. Al instante buscaron formas de convencerlo, buscaban múltiples razones para contar con su presencia.
Logran convencerlo. Satisfaciendo un antojo culinario.

“-¿Tu crees que acá abajo habrá arepas?”

Como si hubiera una conspiración Colombiana (¿o debo decir colombiano-Argentina?), este país se me aparece en cada lugar al que voy, y la arepa es su símbolo favorito para recordarme que aquello no terminó, que esa experiencia palpita aún en mí, con un retardo que parece sugerir mi inevitable vuelta a esas tierras. Lo irónico, lo triste diría yo, es que no consigo arepas aquí, ni aprendo a cocinarlas.
Y cada nueva experiencia remita a lo mismo: arepa = Colombia.
Pareciera que más allá de los ingredientes se requiere una sazón mágica que sólo ese territorio distante posee.
Colombia. Sueño con tu sabor, me deleito con tus recuerdos, ansío el regreso.
¿”Bajaré a tierra” como Neruda, y al probar arepas todo seguirá igual? ¿Todo estará bien?

sábado, 6 de marzo de 2010

Escenas de la vida cotidiana

Un oficial de la policía sube al colectivo ante el asombro generalizado de los pasajeros; no es común que los transportes públicos sean sometidos a requisas, por lo menos no hasta ahora.

-Cedula verde por favor.

La petición seca y dura llega al chofer, un señor canoso de unos 60 años que ha desperdigado su paciencia en las infinitas veces -que no lo son pero así parecen- que hizo el mismo trayecto una y otra vez.

-Pero… y ¿para qué? ¿Por qué no le pide también el documento a los pasajeros? ¿Porqué me pide a mi los papeles y no a los pasajeros?

La violencia escondida tras el uniforme del oficial se hace presente, se hace carne, se materializa, se hace policía:

-¡Mire señor, ¿usted se piensa que a mi me gusta estar bajo el sol con 29 grados, con una gorrita y una chaleco que pesa veintiocho mil kilos?!

Otro oficial entra en escena, más viejo y tal vez más sabio, y por ende más respetuoso.

-Mejor seguí vos porque sino me voy a terminar peleando con este viejo….

Y esto le ocurría a ese chofer que muchas veces arrancó antes de que yo pusiera un pie en la vereda al bajar del colectivo, a ese señor que cantidades de veces me preguntó hasta donde iba y me inventó una nueva tarifa –que yo no podía dejar de pagar porque salía agotado de mi trabajo-, a ese señor de cuya familia muchos se acordaron cuando no supo aguardar a que subieran más pasajeros que llevaban una hora esperando el único transporte que los deja en su casa.

Yo sonreí. Pero no fue por venganza, no fue por un sentimiento de justicia, fue porque aquella situación me parecía entre tierna y ridícula. Y acaso porque todos nos reímos de la posible pelea, pero nadie –de echo yo me lo pregunté mucho más tarde- se preguntó porqué ahora las reglas del juego habían cambiado y las postas policiales también paraban colectivos.

Y tampoco me pregunté –nos preguntamos- porqué el oficial no dijo “hola” al subir al colectivo ni explicó el motivo de su proceder, bajo el mando de quién operaba y en base a que hacía aquello.

De la misma manera que tampoco me llamó la atención el echo de que el policía se quejara de estar debajo del sol con un chaleco “sumamente pesado” -28 mil kilos ¿?-.

¿Acaso los policías son de un grupo superior que tiene por regla no saludar al entrar a un lugar ni explicar el porque de su accionar? ¿Será que alguien obliga a ese policía a enlistarse y que se le niegan otras profesiones? ¿Es posible que se queje de su trabajo porque en su imaginario un policía solo “caza” ladrones, “tira tiros”, habla mal, toma café y descuida su figura?

Sólo me pregunto…

lunes, 1 de marzo de 2010

Nescesidad y urgencia

Vivimos en necesidad y en urgencia, y también vivimos de necesidad y de urgencia. Reformulo. Ellos viven de nuestras necesidades y de nuestra urgencia, por eso hacen lo que hacen, con tanta urgencia que se presenta necesaria.
Reformulo.
No piensan en nosotros, piensan en sus necesidades, por eso les urge sacar decretos con tanta urgencia, sin que pasen, como es natural, por el congreso; por eso vetan la voz de las cámaras de diputados y senadores, porque esa es la voz que se ha democratizado y que pretende ser escuchada. Y un emisor sordo que no escucha sólo genera frustración en su oyente que día a día se envenena con los movimientos tan limitados que el espacio mínimo, cedido por un gobernante déspota, le permite.
Siempre la misma historia. Claro que sí, porque quienes tienen poder para cambiarla se levantan de sus sillas antes de tiempo, obedeciendo obcecadamente a un verticalismo insulso; porque el país se define en discursos apocalípticos ante las cámaras de televisión, pero nunca, y desde hace tiempo, en los lugares naturales para el desarrollo de un debate.
Porque el sur también existe, pero sin la esencia no se es nada. Y cuando se es perdedor solo hay una cosa por hacer: forzar la situación. Se puede hacer otra cosa más, pero yo no soy de los que se conforman con lo que ya tienen, no soy de los que se resignan y miran el vaso medio vacío como si estuviera medio lleno. Yo me levantaría a llenar el resto.
Yo yo yo yo.
Suena egocéntrico, pero nadie va a cambiar mi realidad por mi. Ningún agente externo va a mejorar la situación de nuestro país. Ninguna mano mágica que venga desde afuera va a lograr despertarnos de este letargo. Sólo nosotros lo haremos, y nadie más.
Las sesiones en el congreso se inauguraron con el pie izquierdo, pero pareciera que los receptores de ese discurso violento, falaz y autoindulgente se están despertando.
Despertar. Despertar y ponernos en acción: eso es lo que nos urge, esa es nuestra necesidad.