sábado, 6 de marzo de 2010

Escenas de la vida cotidiana

Un oficial de la policía sube al colectivo ante el asombro generalizado de los pasajeros; no es común que los transportes públicos sean sometidos a requisas, por lo menos no hasta ahora.

-Cedula verde por favor.

La petición seca y dura llega al chofer, un señor canoso de unos 60 años que ha desperdigado su paciencia en las infinitas veces -que no lo son pero así parecen- que hizo el mismo trayecto una y otra vez.

-Pero… y ¿para qué? ¿Por qué no le pide también el documento a los pasajeros? ¿Porqué me pide a mi los papeles y no a los pasajeros?

La violencia escondida tras el uniforme del oficial se hace presente, se hace carne, se materializa, se hace policía:

-¡Mire señor, ¿usted se piensa que a mi me gusta estar bajo el sol con 29 grados, con una gorrita y una chaleco que pesa veintiocho mil kilos?!

Otro oficial entra en escena, más viejo y tal vez más sabio, y por ende más respetuoso.

-Mejor seguí vos porque sino me voy a terminar peleando con este viejo….

Y esto le ocurría a ese chofer que muchas veces arrancó antes de que yo pusiera un pie en la vereda al bajar del colectivo, a ese señor que cantidades de veces me preguntó hasta donde iba y me inventó una nueva tarifa –que yo no podía dejar de pagar porque salía agotado de mi trabajo-, a ese señor de cuya familia muchos se acordaron cuando no supo aguardar a que subieran más pasajeros que llevaban una hora esperando el único transporte que los deja en su casa.

Yo sonreí. Pero no fue por venganza, no fue por un sentimiento de justicia, fue porque aquella situación me parecía entre tierna y ridícula. Y acaso porque todos nos reímos de la posible pelea, pero nadie –de echo yo me lo pregunté mucho más tarde- se preguntó porqué ahora las reglas del juego habían cambiado y las postas policiales también paraban colectivos.

Y tampoco me pregunté –nos preguntamos- porqué el oficial no dijo “hola” al subir al colectivo ni explicó el motivo de su proceder, bajo el mando de quién operaba y en base a que hacía aquello.

De la misma manera que tampoco me llamó la atención el echo de que el policía se quejara de estar debajo del sol con un chaleco “sumamente pesado” -28 mil kilos ¿?-.

¿Acaso los policías son de un grupo superior que tiene por regla no saludar al entrar a un lugar ni explicar el porque de su accionar? ¿Será que alguien obliga a ese policía a enlistarse y que se le niegan otras profesiones? ¿Es posible que se queje de su trabajo porque en su imaginario un policía solo “caza” ladrones, “tira tiros”, habla mal, toma café y descuida su figura?

Sólo me pregunto…

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