viernes, 2 de abril de 2010

La Teta Asustada (2009), de Claudia Llosa, con Magaly Solier y Susy Sanchez

Mezcla rara de costumbrismo y realismo mágico, esta película repasa la vida de una joven ensimismada que vive en un desdichado poblado de montaña en la Perú post-dictadura, y que sufre los efectos que esta dejó.
Su tristeza explicada míticamente por “la teta asustada”, pero fruto en realidad de una familia con lazos endebles, trastocados fundamentalmente por la pobreza extrema, que la película elige mostrar sin dar un juicio directo, como si esa pobreza fuera menos triste de lo que parece, como si fuera un espectáculo pintoresco y autóctono para los ojos del turista.
La repentina muerte de su madre la llevara a buscar trabajo como sirvienta en la casa de una adinerada, donde en sus ratos libres se someterá al estereotipo de la empleada domestica que mira telenovelas: El mundo de las telenovelas para subyugarla, arrinconándola al mundo crónico de la falta de cariño, sueños y esperanza; a la falta de dinero, gran valor que mueve todo el mundo.
El trato con su empleadora será por momentos intrigante, para finalmente recordarnos que la relación verticalista ubica a una como esclava y a la otra como poseedora incuestionable y fría. Un pacto entre ambas (una perla de un collar por una canción nativa) será el eje de esa relación, pero:
¿para que quiere ella una pepita? ¿para que querrá ella un collar?

En cuanto al pueblo de montaña, en esa pobreza extrema se aferran a los pocos ritos que les quedan, esos en donde lo poco que se les permite soñar parece hacerse real; quizás no de la forma que ellos imaginaban, pero por unos momentos se materializan, y el sudor y la explotación que viven y padecen el resto del año son olvidados momentáneamente.
El barrio polvoriento de casas de chapa y madera parece por unos minutos convertirse en un barrio de clase media como el que les gustaría habitar, a donde les gustaría salir, y del que seguramente gente de clase media, en un cine de clase media, los observa y se espanta, se enternece o retuerce en su butaca, pensando en la desprotección y el olvido total en que viven esas personas, como si no lo fueran, como si no fueran parte del país prospero que todos los días los gobernantes proclaman desde sus estrados en portentosos discursos cargados de pasión.

¿Por qué atacar a los políticos? Porque le mienten al pueblo, en sus discursos platean un país con una pobreza que no llega a ser indigente, una “pobreza menor”, pero esa no es la realidad; ellos nunca han andado por calles de tierra, mirando casas sin techo, con las paredes quebradas, sin cloacas, con perros sarnosos corriendo por entre los pastos altos y niños míseramente arropados con la boca desencajada por el hambre de días.

La imagen más desoladora: Cuando Fausta, la protagonista, pide llorando “que me la saquen”. Frase ambigua que puede ser descifrada de varias formas pero que en el contexto general de la película lleva al espectador a preguntarse: ¿Cómo extirpar la tristeza de un corazón joven? ¿Cómo llenar de felicidad el espacio que ocupa la desesperanza en un pueblo? ¿Qué clase de vida es posible para ellos?

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